El viernes 24 de febrero se inauguró la muestra fotográfica «La Batalla de Boco» de Javier Escobar y Juan Pinto. El contexto dice que en febrero del 2020, el puente Boco se convirtió en un punto de protesta y enfrentamiento. El epicentro no tenía precedentes en la localidad. Como editorial perfilamos esta muestra con el texto a continuación.
El slogan municipal que cruza el puente, menciona a Boco como «Mágico y feliz». Adjetivos amables de un sector periférico-rural de la gran Quillota. ¿Cómo poder medir esos niveles en sus habitantes? La institución se apropia de esa condición humana para forzar a sonreír en la fila del consultorio o el pago del aseo. Boco podría entenderse como un universo mitológico, donde incluso existe un Edén como entrada triunfal al cielo. Animales y personas han mordido los muros de adobe, escribiendo con colmillos la historia de quienes suben a sus cumbres. Limitando el campo con la ciudad está el puente, atravesado de sangre del Aconcagua. Sus bordes son fortificaciones de basura en tierra vertical donde pájaros hacen sus nidos.
El Bajío. Orilla de río, cemento y árboles despiden al Javier sobre la bicicleta para salir a tomar fotos.
Santiago estalló un 18, Chile el 19. Chile es provincia, comuna y región. Lo institucionalizaron como 18, pero todas sabemos que lo nuestro es el 19. Quizás sea ese enquistado deseo patrio de endieciochar todo. Incluso otro puente hermano de La Calera lo bautizamos paganamente como “19 de octubre”. Padecemos un centralismo segregador, poco diverso. Discursos oficiales, lugares comunes en panfletos, descripciones sin reflexión y nostalgias desgastadas, pero hay una comunidad que fue contra la tradición y prendió fuego, dando pelea al saqueo. Es la Batalla de Boco, que se encendió producto de los constantes cortes de agua potable.
Al regreso de Javier a la ciudad después de haber registrado protestas en la capital, la garganta estaba seca, igual que debajo del puente. En el Negro Bueno se abren compuertas de cebada y ahí mismo se entera de la protesta convocada. Una culebra negra zigzagueaba en un laberinto trazado con espada española, comenzando por la plaza que sería desarmada a punta de conciencia. Los cuerpos avanzaron por el borde del cerro para bajar por Rosales y tomar Germán Riesco. Entre las calles, sin saberlo, se iba creando un plan que fijaría distintos momentos de la marcha. Era la génesis del FIQ. Fotógrafos y fotógrafas independientes de Quillota. Un ex boxeador y su mujer del norte levantan los puños frente a la columna. Un golpe certero daba forma a la esencia de la fotografía. Un instante preciso, clave. La cuenta regresiva. Avenida Valparaíso, Alberdi, Condell y el cuerpo besa el suelo en la plaza.
No hay espacio para la espera. Agotaron el agua y la comunidad va a reventar el tubo usurpador para que el caballo vuelva a correr sin montura. Una convocatoria de la plaza al puente. En ese lugar llegarían Javier y Juan que frente a los balazos lacrimógenos también dispararían entre la reja y el concreto. Poniendo la vida en el antiguo pilar que rememora el balneario que veraneaba a Quillota.
Recuerdo los comentarios de Agnes Varda, en su documental “Un minuto para una imagen” en donde una mujer argelina es obligada a sacarse el velo y ser fotografiada por un joven francés en su servicio militar. La violencia está impregnada en la mujer, pero Varda entra en el cuerpo del militar, reflexiona del sucio trabajo que logra fijar la triste situación en una foto. Así mismo los fotógrafos de esta exposición ven un cráneo animal con la muerte pasar, mujeres haciendo llorar un lienzo, flores encapuchadas bailando, policías sonriendo mientras disparan. Abajo el río mira como pelean para que pueda sobrevivir.
La Batalla de Boco es algo más que una selección de fotos, es un hito local, dignifica la periferia como símbolo de lucha. De afuera hacia adentro. Un acontecimiento más que estético, donde la memoria ejerce un rol que no es el recuerdo, sino que el presente. Recuperar la injusticias silenciadas por el relato oficial. Hoy en un sitio institucional que probablemente los altos mandos ignoren, están presentes estas fotos que hacen algo de justicia en quienes cayeron o sintieron más que una derrota electoral. Milan Kundera que fue negado y desaparecido por los comunistas checos, en su publicación El libro de la risa y el olvido, habla de cómo se somete y castiga a los disidentes, a los diferentes, a los que protestan. Lo que el poder persigue no es tanto la desaparición de los cuerpos, sino la desaparición definitiva de su nombre y su recuerdo. Reducidos al olvido en vida. ¿Dónde más podríamos ver esta memoria? No será el diario de mayor circulación regional instalado en calle La Concepción que nos dé el espacio, ni tampoco un stand en la ExpoQuillota, pero mientras exista fotografía comprometida con la posibilidad de inmortalizar los márgenes, las batallas no estarán perdidas. Esta exposición es una muestra de aquello.