Cuando me fui del interior a la costa a estudiar diseño, creía que dejaba atrás una tierra que hasta ese momento solo era fruto del azar territorial. Nacer y crecer en La Calera. Cómo los dedales de oro que desconocen porqué están entre el durmiente y el riel. ¿Cuántas mujeres recogieron los pétalos para convertirlos en menjunje cuidadora de ansiedades y carencias? O de manera menos racional y más jurásica, una tenca se lanza sobre su lomo amarillo donde brincaba un saltamontes. Algo que puedo suponer como parte de una casualidad, hoy puedo verlo como algo propio y destinado. Me vine o me devolví desde Valparaíso a vivir a Quillota, pensando en lo importante para mí, el reconocerme en un lugar que determina mis decisiones.
Viajo constantemente hacia La Calera, donde trabajo. En el trayecto de la calle larga 21de mayo, pienso en que nuestra tierra sigue viva, con la memoria de huertos familiares y acequias venidas del Aconcagua, aún a pesar de lo que me ofrece la ventana de la micro. Los adobes se convirtieron en toneladas de Metalcom. Palmas cayeron de un balazo inmobiliario. Las chacras se cubrieron de conserjerías. Escondieron el agua en maletines. Y como si no hubiera más lugar donde deformar, suben a los cerros para acuchillarlos y enrostrarnos el único color que les interesa. El verde dólar de la importación de la palta. Son pocos los apellidos y antes eran muchos en sus cumbres. Carlos Pezoa Véliz decía:
Cuando la tierra era buena:
cuando no había patrones
que hicieran siembras de pena
y vendimias de pulmones.
Es tanto la depredación de los bienes naturales, la vergüenza del paisaje que nos crio y la esencia humana de la provincia, que intento honrar a través de este instrumento, llamado Aves del Aconcagua. Este proyecto de diseño editorial comenzó el 2017 en el valle del Marga Marga con el mismo equipo de investigación y creación que hoy está presente. Son las aves las que pueden hablar de la dignidad territorial a través de su existencia.
Las aves iluminan la ciudad cuando están en los árboles. Son luces en nuestro andar. Ellas pueden desplazarse entre diferentes mundos, moverse en distintos elementos. Desafían la gravedad. Forman un vínculo entre el cielo y la tierra, lo consciente y lo inconsciente. Es el alma del mundo en la materia. Su sangre caliente les permite adaptarse a todas las estaciones. También son muchas las que migran hacia nuestro valle buscando un lugar. En algún momento un par de cisnes de cuello negro aterrizan en pleno embalse Collahue. Hoy seco. Las que llegan son espantadas y contaminadas en el relave de Anglo American.
Quizás los pájaros sean unos de los animales más inteligentes: usan sus picos y garras para crear herramientas, algunas hablan, tienen sentido del humor, son capaces del engaño. Regresan año tras año, desde el lado opuesto del mundo al mismo nido, evocando un sentido de hogar. Este valle es nuestro hogar, nos protege y construye. El mismo hogar que veía Victoriano Lillo formándose en el liceo Santiago Escuti,: «Había olor a peumos, a boldos y hasta el palqui de los matorrales ponía en la gama su notita humilde».
Comunidad presente, aquí estamos y venimos de una tierra que toma distancia del centro. Esa distancia es la que me inspira a crear, a imaginar. La libertad ilimitada con la que identificamos el vuelo del ave. Abandonamos la tierra y el peso del cuerpo para desprender la esperanza en forma de alas. La intuición creativa llega de improviso volando, como el sonido del instinto del canto de los pájaros. Su sonido más profundo, de la sangre sobre los huesos, de los tejidos entre los nervios. El poeta enterrado en Villa Alemana, Juan Luis Martínez habla del canto de los pájaros como un lenguaje inarticulado por lo cual todos los pájaros se expresan de la manera más irracional posible. El canto de las aves nos despierta por las mañanas, invitándonos a vivir.
Quiero agradecer en honor a los seres y espíritus del valle. A quienes se organizan entre redes humanas, cadenas de apoyo, favores y agradecimientos, enfrentando máquinas. Las activistas medioambientales. Yucam Nativo, Mujeres y Ríos Libres, Aconcagua en Resistencia, Poyewn y a todas que no he nombrado, pero están presentes cada día, cuidando aquello que nombramos como “el territorio”, quienes desde sus distintos lugares de lucha y consciencia no claudican. Defensoras de las aguas, su labor es fundamental para cuidar el hogar. La médula de la región, el gran conector de culturas, el río. Ese mismo que Daniel de La Vega nos aproxima al espíritu del caudal interprovincial. “El Aconcagua es un rio labriego y trabajador, que se preocupa de sus productos y derrama un saludable optimismo en toda la provincia. Es, al mismo tiempo, gañan y trovador; riega el sembrado y sabe reflejar la luna con alguna gracia. Pero algunas veces ha tenido sus días malos. Encrespado y rabioso, fustigado por lluviosos inviernos, ha pretendido entrar en la población de La Calera. Y esos días en que ha amanecido gruñón, han bastado para hacer desaparecer por mucho tiempo la confianza que se deposita en él. Es el buen hijo de familia que de pronto hace la gran calaverada, y llega una vez a casa a las cuatro de la madrugada, aporreando puertas y diciendo atrocidades.
Probablemente cuando hablamos y dibujamos aves, estamos reflejando el agua del río, que no solo es su larga marca, sino que también el pulmón de los humedales que resisten al saqueo y la desidia. El río tiene carácter y debemos respetarlo. Así como advierte la anécdota adolescente en Quillota de Luis Enrique Délano: “El puente que cruza hacia Boco, lugar donde “los buenos caballeros quillotanos solían hacer sus escapadas periódicas a disfrutar de cazuelas de ave campesinas, con abundante riego”, bajo ese puente había más arena, tierra y achaparrada vegetación, que agua. Pero a veces el Aconcagua pasaba bien crecido y junto a su corriente formaba pozas de apariencia tranquila, pero traicioneras como ellas solas.
El río Aconcagua es el combustible del valle, de él brota la energía que le da vida. En este proyecto buscamos emanar esa energía en quienes están resistiendo a la devastación solo por el hecho de existir aquí. Especies que nos hablan de la importancia ecológica. La páncora que brota entre piedras para hablarnos de la buena calidad del agua, así como también el chorito de agua dulce, que también detuvo el entubamiento del Mauco. Los bellotos del norte, que es la gran muralla frente a la desertificación. Un pequeño Yaca se mueve solitario en los contornos de la lagunilla de La Tagua para entregar certeza de buen vivir a quien lo ve. O también el murciélago cabeza de ratón, con su aspecto incomprendido cuida los cultivos y nos protege de plagas. Todas las formas de vida tienen su fuerza en el río. Gabriela Mistral así lo comprendió en su estadía:
En el valle del Río Blanco
En donde nace el Aconcagua
Llegué a beber, salté a beber
En el fuete de una cascada,
Que caía crinada y dura
Y se rompía yerta y blanca.
Pegué mi boca al hervidero
Y me quemaba el agua santa,
Y tres días sangró mi boca
De aquel sorbo del Aconcagua.
Esta lámina es resultado del compromiso del equipo de trabajo. El aprendizaje que se obtiene en terreno, junto a Rodrigo, que siempre fue y es solidario en el conocimiento. Lo fundamental de comprendernos como una pequeña sociedad, solidaria y contradictoria, en los testimonios recogidos por Andrea. La proyección de acercarnos a los cuerpos de vida del Aconcagua a través de la ilustración de Claudia. Los espacios de difusión para entregar este canto que dispuso Elizabeth. Y María Francisca, con la bandera de Reaprendiendo otorgó un lugar de proyección. A todo este equipo le agradezco profundamente.
Estoy en mi provincia. Nogales, Hijuelas, La Calera, La Cruz y Quillota, las tengo en la mochila. Conozco hermosas personas en cada una de ellas, por eso las aprecio. Ellas son mis 5 elementos guías para este trabajo de diseño. La experiencia que tuve es mi vivir. Agradezco a ello. A esta vida.
A ustedes, muchas gracias.